La Academia Sueca consagra a Herta Műller, autora alemana, nacida en Rumania, por «dibujar los paisajes del desamparo con la concentración de la poesía y la objetividad de la prosa».
La proclamación del Premio Nobel de Literatura 2009 ha provocado en Estocolmo un verdadero tsunami. Los libreros han retirado las obras de otros favoritos y han colocado las de la elegida adornadas con la cinta roja y las palabras «Nobelpriset 2009». Se considera «un buen premio» y los más lúcidos opinan que tras este galardón se oculta la realidad de que el premio Nobel tiene siempre un fondo político y que la digna institución ha querido este año, aniversario de la caída del muro de Berlín, que la obra de esta autora, perseguida y censurada en su país Rumanía, el mundo recuerde los horrores de aquella dictadura comunista.
Nació en agosto de 1953 en un pueblo de Banat (Rumanía) de habla alemana y ahora vive en Berlín. Su padre perteneció a la SS Waffen y su madre pasó cinco años en un campo de concentración de la actual Ucrania. Tras completar sus estudios en la Universidad de Timso, se asoció al «Aktionsgruppe Banat», con otros jóvenes en oposición a la dictadura de Ceaucescu que reclamaban la libertad de expresión. Trabajó como traductora en una fábrica de máquinas y fue despedida cuando se negó a ser informadora de la policía secreta. Acosada por la «Securitate», en 1987 huyo a Alemania con su marido Richard Wagner. Hizo su debut con una colección de relatos cortos, «Niederungen» (1982), que fue censurado en Rumanía. Esa obra se publicó dos años más tarde en Alemania y el mismo año «Drukender Tango». Describe en esos libros la corrupción e intolerancia en una pequeña aldea rumana. Las novelas «Der Fuchs schon der Jäger» (1992) Hertzier (1994) «Ei land de Green» (1996) y «Heute wär nich ir mir begegnet lieber nicht» (1997) son retratos del sufrimiento y su propia desesperación en una dictadura.
El día 10 de diciembre, fecha de la muerte de Alfred Nobel, la escritora, junto a los demás Premios Nobel, recogerá el galardón en la Sala de conciertos de esta capital de manos del Rey Carlos Gustavo con la medalla de oro, el diploma Nobel y un discreto cheque de un millón de euros.
Ve de lejos las pequeñas rosas blancas, el monumento a los caídos y el álamo. Y los días de niebla tienen el blanco de las rosas y el blanco de la piedra muy pegados a él cuando pasa pedaleando por en medio. La cara se le humedece y él pedalea hasta llegar. Dos veces se quedó en pura espina el matorral de rosas, y la mala hierba, debajo, parecía aherrumbrada. Dos veces se quedó el álamo tan pelado que su madera estuvo a punto de resquebrajarse. Dos veces hubo nieve en los caminos.
Windisch cuenta dos años frente al monumento a los caídos, y doscientos veintiún días en el bache, junto al álamo.
Cada día, al ser remecido por el bache, Windisch piensa: “El final está aquí”. Desde que se propuso emigrar ve el final en todos los rincones del pueblo. Y el tiempo detenido para los que quieren quedarse. Y Windisch ve que el guardián nocturno se quedará ahí hasta más allá del final.
Y tras haber contado doscientos veintiún días y ser remecido por el bache, Windisch se apea por primera vez. Apoya la bicicleta contra el álamo, sus pasos resuenan. Del jardín de la iglesia alzan el vuelo unas palomas silvestres. Son grises como la luz. Sólo el ruido permite diferenciarlas.
Windisch se santigua. El picaporte está húmedo. Se le pega en la mano. La puerta de la iglesia está cerrada con llave. San Antonio está al otro lado de la pared. Tiene un lirio blanco y un libro marrón en la mano. Lo han encerrado.
Windisch siente frío. Mira a lo lejos. Donde acaba la carretera, las olas de hierba se quiebran sobre el pueblo. Allí al final camina un hombre. El hombre es un hilo negro que se interna entre las plantas. Las olas de hierba lo levantan por encima del suelo.
COMENTARIO SOBRE EL POEMA:
Puede apreciarse un estilo marcado por las frases cortas, como si fueran versos. Se percibe un ritmo melódico en su lectura debido a la repetición de palabras y frases. Por último, el uso de figuras estilísticas como la anáfora (repetición de palabras al inicio de enunciados) y las metáforas del último párrafo confieren al capítulo de cierto lirismo.
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